Definitivamente Shanghai siempre será como mi
segunda ciudad; creía ya saberlo, pero me he dado más cuenta si cabe en mi
última visita, hace ya algo más de dos meses.
Sensaciones y sentimientos encontrados…
Por un lado, viajaba hacia lo que, durante 3 años
fue mi casa; por eso lo hacía como quien va al pueblo a veranear, 0 nervios, 0
incertidumbre, 0 incógnitas… pero a la vez, con el temor de encontrarme una
ciudad cambiada, principalmente porque no encontraría ya mi núcleo de amistades
más cercano.
Y así fue, ellos no estaban, pero ello me permitió
conocer a mucha gente, “recién llegados” y también reencontrarme con muchos
conocidos que siguen allí, cada cual con su vida, y desde mi perspectiva, como
si el tiempo no hubiera pasado para ellos.
Los primeros días fueron muy intensos, una sensación
de querer y necesitar volver a vivir en Asia me invadía a cada paso que daba. Pero, con el paso de
los días, también me di cuenta de que la ciudad no tenía nada nuevo para mí,
nada nuevo que aportarme ni enseñarme, y eso ha hecho que la idea de volver a
China se haya borrado (por el momento) de mi cabeza.
Fueron 20 días muy intensos, recuerdos, reencuentros
y paseos interminables por las calles que, no hace tanto, formaban parte de mi
día a día, mi/nuestro barrio, el metro, los autobuses, que siguen encantándome
y el Bund… mi lugar de “retiro” que me ayudaba en mis momentos de estrés o nostalgia
y que ahora, descubrí, ha dejado de sorprenderme…
Es un hecho, al final nos acostumbramos a todo y
dejamos de valorar lo que, de alguna manera se convierte en rutina.
Shanghai, quien sabe cuándo volveré a visitarte,
quizás en unos meses, quizás en años… lo que si sé es que siempre permanecerás
ahí, haciéndome sentir y recordar todo lo que viví, sentí, experimenté y
aprendí de ti, de tu gente y de mi misma.
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