Una visita fugaz de tres días a Hong Kong ha sido suficiente.
Tres días intensos en los que no desaproveché ni
un minuto: Kowloon, la isla de Hong Kong y la de Lantau, zonas completamente
deferentes entre si y a su vez a Shanghái.
La ciudad de la densidad, de los rascacielos
apilados, del hormigón, de las prisas, de las calles estrechas y empinadas, del
ruido; pero también de la naturaleza y la calma, pueblos pesqueros e innumerables rutas de
senderismo y playas escondidas.
Hong Kong, una ciudad compuesta por la suma de
múltiples capas y zonas que se apilan casi sin espacio y que son capaces de
crear ambientes tan diferenciados como el de recogimiento, arte callejero y pequeñas tiendas llenas de encanto en la zona del Soho; asi como los infinitos centros comerciales, tiendas de lujo y edificios
imponentesel de Central o
Almiralti o ambientes como el de Wan Chai, donde lo caótico se adueña de la zona y en el
que mercados callejeros o pequeñas tiendas de barrio hacen su aparición.
Soho |
Wan Chai |
Donde los paseos elevados se hacen necesarios debido
a la falta de espacio y donde puedes encontrar innumerables medios de
transporte: desde los clásicos, metro, taxi o autobús, hasta el tranvía,
estrecho y alto, icono de Hong Kong, barco, para moverte entre islas,
teleférico para subir al gran Buda de Lantau o el tren centenario que te lleva
en menos de 15 minutos a lo alto del Peak.
Una ciudad donde se conduce por la izquierda, donde la gente es educada y se habla el inglés, en la que quedan aún zonas por rematar y que sigue extendiéndose por la zona de New Territories.
Una ciudad donde se conduce por la izquierda, donde la gente es educada y se habla el inglés, en la que quedan aún zonas por rematar y que sigue extendiéndose por la zona de New Territories.
Una ciudad que hay que vivir, que hay que pasear,
que hay que sentir.